
Una de mis memorias más tempranas es cuando, a los tres años, nos mudamos a nuestra nueva casa. Dejamos el centro del pueblo y nos dirigimos hacia las afueras, donde había más campo. Recuerdo la alegría que sentí cuando mi papá me permitió sentarme sobre mi triciclo en la carrocería de su camioneta. Me hizo sentar en una de las esquinas, cerca de la cabina, y llenó la caja con otras cosas de la mudanza. Estaba tan segura allí que sentía que no me podía pasar nada. Fue un trayecto de aproximadamente un kilómetro y medio hasta nuestra nueva casa, y mi papá manejaba con tanto cuidado, como si quisiera asegurarse de que estuviera completamente segura.
¿Por qué tengo tan vívida esta memoria? Porque fue una experiencia tan significativa para mí que, a pesar de mi corta edad, no se borró de mi mente. Sentía el amor y la protección de mi papá en cada momento, como si me estuviera dando un regalo especial al permitirme estar allí. Me sentía importante, amada, valorada. Era como si me estuviera mostrando que ya era una "niña grande". Soy la mayor de mis hermanos, y ese pequeño gesto de mi papá me hizo sentir que podía ser responsable, que él confiaba en mí.
Lo mismo ocurre con nuestro Padre Celestial. Cuando Él nos trata de manera especial, nos hace sentir bien, ¿verdad? Nos llena de paz y de gratitud saber que nos ama tanto. Nos ama tanto que envió a Su único Hijo al mundo para que podamos ser salvos, como dice Juan 3:16. Dios no solo se interesa por lo grande, sino también por los pequeños detalles de nuestras vidas. Él conoce nuestras luchas más íntimas, nuestras alegrías y nuestras preocupaciones, y se ocupa de ellas con el mismo amor y cuidado que un padre muestra a su hijo/a.
Mi papá podría haberme dicho "no" a mi pedido de sentarme en la carrocería, ya que sabía que podía ser peligroso. Pero decidió darme esa experiencia porque me conocía bien. Sabía cuánto me emocionaba mi triciclo, el cual él mismo me había traído desde la capital del país después de sus largos viajes. Conocía mi personalidad, sabía que obedecería, y tomó todas las precauciones para que estuviera segura. Ese detalle de su parte reflejaba no solo su amor, sino también su profundo conocimiento de quién era yo.
Dios nos conoce en lo más profundo de nuestro ser, nuestras luchas, sueños y deseos. Y, al igual que mi papá, Él se asegura de que estemos bien, cuidándonos en los momentos más vulnerables. Nos ama con un amor tan inmenso y personal, que no solo ve lo que hacemos, sino también lo que sentimos y lo que necesitamos.
Viola Ayala
Encuentro
Comments